El impulso poético.

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Por: Manuel Emilio Duvalls Ledesma.


La poesía es como una “fiebre”, y tal “fiebre” puede presentársele repentinamente a quien quiera, quizás una vez en la vida, como en ocasiones de declarar el proprio amor o en las de participar con pasión y entusiasmo en un evento excepcional.


El poeta. El verdadero poeta, es alguien a quien esa “fiebre” le da constantemente; para él resulta normal escribir deteniéndose en cada renglón después de siete, ocho u once sílabas, para elaborar un ritmo y una rima propio, logrando así, transmitir sus sentimientos a quien luego leerá los versos escritos.

Los poetas, estas personas peculiares que constantemente padecen la “fiebre” de la poesía, al verlos son seres como los demás, casi todos normotipos, tanto que se confunden en la multitud, y en la vida cotidiana actúan exactamente como cualquier otro mortal.


Pero sienten que la temperatura aumenta cuando, después de un día de actividad – como empleados, maestros, estudiantes, amas de casa, agricultores o desempleados – cae lento el telón. Y sea que se encuentren frente al mar o bajo las estrellas, en la paz del campo, en medio del ruido de la ciudad o en la privacidad de su propio hogar, entonces descargan escribiendo el cúmulo de sensaciones que han ido absorbiendo, para ofrecerlas ya transformadas en aquel producto llamado poesía.


El impulso poético, es esa “fiebre” de la que padece el poeta, y puede ser que se produzca con el latido del corazón, con el flujo de las venas, porque al leer un poema se puede percibir la personalidad de su autor.

Invito al lector a disfrutar de la poesía leyendo los versos tarde en el día, en la tranquilidad de sí mismo, para poder entrar en sus ritmos y rimas, y entonces, ¡quién sabe!, el sueño podrá ser más modulado y los sueños más poéticos.


Encanto morboso


Me resisto a dejar de mirarla, porque contemplo su belleza e imagino el universo, abrazado a las galaxias y al fuego fatuos de sus carnes prietas. Y al despertar de este plácido sueño, por el centro mismo de su universo, Abrazado a las galaxias, y al fuego fatuos de sus carnes prietas, sería indudable la existencia de una deformidad psicológica tan grande, que no tendría espacio en el firmamento, para compadecer mis deseos de abrazarla.

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