Reflexión patriótica sobre las medidas migratorias del presidente dominicano

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Como dominicana auténtica, como ciudadana que ama esta tierra con la pasión que solo puede sentir quien ha sido forjada en su historia, su cultura y su lucha, levanto mi voz no solo para cuestionar, sino para defender. En un momento en que la República Dominicana enfrenta uno de los desafíos más complejos de su historia moderna —la crisis migratoria desbordada—, es necesario reflexionar con claridad, con firmeza, pero sobre todo con patriotismo.


El presidente de la República ha tomado medidas frente al desorden migratorio, especialmente respecto a la situación con Haití. Sin embargo, más allá del discurso y de las acciones parciales, muchos dominicanos nos preguntamos: ¿son estas medidas verdaderamente orientadas a garantizar la soberanía nacional, o son simples gestos cosméticos para apaciguar al pueblo mientras se cede, poco a poco, ante la presión internacional?


Como opositor político, pero más aún como defensor del interés nacional, debo decir que la política migratoria ha sido, por décadas, un terreno de medias tintas. Se ha permitido la entrada indiscriminada de ciudadanos haitianos, sin control ni planificación, lo que ha generado una carga inmensa sobre nuestros servicios públicos, ha provocado tensiones sociales, y ha puesto en entredicho el derecho legítimo del Estado dominicano de decidir quién entra y quién no en su territorio.


Hoy más que nunca, se requiere liderazgo, no complacencia. Se requiere valor, no diplomacia tibia. El pueblo dominicano ha hablado alto y claro: quiere orden, quiere respeto por sus leyes, quiere fronteras seguras. No podemos continuar siendo el chivo expiatorio de la comunidad internacional, que ha sido históricamente incapaz de ofrecer soluciones sostenibles para Haití y pretende ahora imponerlas sobre nuestros hombros.


Condeno, con la misma fuerza con la que defiendo mi bandera, toda injerencia extranjera que intente dictarnos cómo manejar nuestros asuntos internos. Ni la ONU, ni la OEA, ni potencias foráneas tienen autoridad moral ni legal para intervenir en nuestras decisiones soberanas. Es inaceptable que organismos internacionales pretendan calificarnos de xenófobos o racistas por querer aplicar nuestras propias leyes migratorias. Defender nuestro país no es odio, es amor patrio.


Al presidente le digo: la historia juzgará su valentía o su sumisión. Hoy tiene la oportunidad de demostrar que gobierna para los dominicanos y no para satisfacer agendas extranjeras. Si en verdad desea proteger esta patria, entonces que lo haga con hechos, no solo con palabras. Que se fortifique la frontera, que se depuren los registros, que se aplique la ley sin excepciones, y que se priorice al ciudadano dominicano en cada decisión.


La República Dominicana no es una zona de amortiguamiento ni una nación sin alma. Es un país con dignidad, con historia, con derechos. Y nosotros, sus hijos, no permitiremos que esa dignidad se pisotee.


Porque ser dominicano es más que haber nacido en esta tierra. Es defenderla con orgullo, es alzar la voz cuando otros quieren silenciarnos, y es tener claro que la soberanía no se mendiga: se ejerce.

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